Nunca más pude

"No sé si quiero hablar. Creo que no, porque hablar es recordar y tengo derecho a no recordar. No importa que sea de nuevo 2 de abril. Hay cosas que es mejor dejarlas quietas, pero bueno, vení”.

Eso dijo por teléfono. Lo que anticipaba una recepción hostil.


Sebastián (que no se llama Sebastián) me atendió en la puerta de calle. Tiene los ojos de acero y un rictus duro en la boca. Creo que él mismo no sabe por qué aceptó, aun contra su voluntad de no hablar.

“No quiero ver mi nombre impreso. Son varias las cosas que no quiero. Encontrarme con ex camaradas tampoco. Nunca fui un soldado: fui un civil de diecinueve años que llevaron a un combate sin ninguna preparación a pelear contra el mejor ejercito del mundo. Lo que hicieron con nosotros fue criminal. Fuimos víctimas y mártires, porque se les ocurrió que así sostenían la dictadura. Yo había estado en Capital dos días antes, en la manifestación del 30 de marzo, y después se inventaron eso”.

Lo dice de corrido cruzado de brazos, apoyado en el marco de la puerta de una casa que no puedo nombrar que queda en una de las tantas diagonales que surcan la ciudad de La Plata.

“De acá fuimos un montón, por ahí como castigo por ser una ciudad de universitarios jóvenes que la dictadura odiaba especialmente. Igual no importa, allá había chicos de todo el país. Si, chicos. Después lo milicos se enojaban cuando decían “chicos”, porque ellos trataron de instalar que éramos soldados, héroes, combatientes. Mentiras, éramos chicos que a lo máximo y con suerte habíamos tenido un día de practica de tiro, el resto del tiempo le hacíamos a honor a la palabra colimba”.

La palabra colimba significaba corre-limpia-barre. Y si, el 30 de marzo de 1982 la movilización contra la dictadura cívico-militar había sido realmente grande y en su mayoría eran jóvenes.

“Los militares nunca hicieron un mea culpa de esa barbaridad. Sin duda hubo héroes, como la fuerza aérea, y parte de la oficialidad. Pero eso no nos engloba a todos, porque una cosa es que vaya a la guerra alguien que eligió la carrera militar y otra fuimos nosotros, pibes, civiles, que estábamos por empezar una vida, una carrera, pero nos llamaron y ahí la quedamos. En dos horas y sin tener idea, nos cortaron el pelo, nos dieron una vacuna, nos pusieron un arma en la mano y nos subieron a un avión sin poder ni saludar a tu familia, perdidos y cagados de miedo. Listo, ahora sos un héroe que tenés que matar ingleses para salvar a la patria porque se le ocurrió a un tipo, un general que tomando whisky salía al balcón a gritar sin haber estado nunca en una guerra”.

No pregunto nada. No hay espacio para eso. Sebastián vomita recuerdos que se le van acumulando a medida que atiza su propio fuego.

“¿Sabés que soñábamos con comida? ¡Soñábamos y hablábamos de comida! ¿Sabés que en los pozos cantábamos para no dormirnos con el agua a los tobillos? Días sin dormir ni comer, muertos de frio debajo de la lluvia nieve que te calaba los huesos y vivías tiritando. Yo pesaba setenta kilos, cuando volví pesaba menos de cincuenta y me bailaban hasta las botas, y encima cuando llegamos nos mandaron a una cosa que se llamaba el CARI (centro de atención y recuperación integral) y ahí nos metían comida a presión para que no se viera en qué estado habíamos vuelto, y no te olvides que hasta ahí nos llevaron en micros con las ventanillas tapadas y después en el CARI mientras nos daban de comer nos amenazaban con la advertencia de no decir nada de como habíamos estado en Malvinas. Había muchachos que acababan vomitando por todo lo que les hacían tragar”.

Por momentos se calla, se aguanta, frunce el ceño y creo que se va a dar vuelta y va a pegar el portazo sin siquiera saludar. No respira: bufa.

“sí, hubo héroes que después supimos. Los Alacranes, la sección Gatos, la operación Rosario, los Bravos del 25, militares de verdad, tipos jugados como los del BIM 5, pero nosotros éramos anónimos. A veces teníamos que caminar tres kilómetros mojados y famélicos viendo pasar los camiones que iban vacíos. El aparato perverso de la dictadura se mantuvo allá. Nos tenían días sin probar bocado y robábamos para comer. A mí me agarraron robando comida dos veces y los PM me cagaron a palos. Nosotros muertos de hambre y los galpones hasta el techo de comida. Alguna vez nos daban un agua sucia con un pedazo de cordero que mas tardabas en comerlo que la diarrea que nos daba. ¡Héroes, ja! Estábamos ahí porque no había mas remedio. A uno de los chicos le dieron una ametralladora PAM que no funcionaba, no percutaba, y el oficial que la revisó le dijo que esas armas ya no servían y las habían dado de baja dos años antes. Así que nos mandaron sin comida, ni preparación, con ropa que no era impermeable y con armas que no disparaban ¡a pelear contra el ejército británico en medio de la nieve! De mi grupo, dos muchachos se dispararon en el pie para que los retiren del frente. Ese nivel de locura manejábamos”.

Al principio se juntaba con ex combatientes, hasta que se dio cuenta que tampoco pertenecía a ese lugar. Cuando comenzaron a llegar las noticias esquivas de ex soldados que se suicidaban, decidió que no quería estar allí. “A pesar de haber vuelto muy jodido nunca había pensado en el suicidio y esas noticias me asustaron. Por ahí es una boludez, pero pensé ¿y si me contagio con la idea? y dejé de ir. Igual eran charlas para apoyarnos entre nosotros, porque no teníamos ningún tipo de asistencia, tanto así que durante la guerra murieron poco más de seiscientos soldados y el numero de suicidios llegó a dos mil, y es lógico, porque un día te dan un arma y te dicen andá y matá, y otro día te la sacan y te dicen ya no mates y listo, gracias por todo, acá tenés un papel que dice que sos ex combatiente y ya está, hacé tu vida. Durante muchísimo tiempo después, caminando por la calle sentía que me faltaba el fusil, y eso me dejaba inseguro. Es una locura, pero me pasaba. Pensaba que si pasaba algo no tenía cómo defenderme y encima comenzaron con esa cosa en la televisión de la amistad entre militares ingleses y argentinos, que habían peleado enfrentados y se daban la mano y todo eso. Eran oficiales de alto rango y nosotros los jodidos, jodidos nomás. Nuestros militares no nos saludaban a nosotros, se saludaban entre ellos, ¡con los ingleses!”.

No es fácil escucharlo, pero mas difícil es verlo, sentirlo debatirse aun entre lo que le sale decir y su resistencia. Cuando parece que ya paró de hablar, arranca de nuevo metiéndose las manos en los bolsillos:” el ultimo día yo estaba de guardia y veo soldados corriendo y a los ingleses bajando de los cerros, y uno me grita vamos a la base, se acabó la guerra, ¡nos rendimos! yo pensaba que no podía dejar la guardia, había castigos jodidos por eso, pero veía que cada vez iban mas y yo pensaba ¿qué es rendirse? ¿Qué va a pasar? ¿Nos van a fusilar, a matar, a violar, a pegar? estaba aterrado hasta que uno me empujó y fui también. Nos pusieron en fila y había al costado una montaña de armas y cascos, pasábamos y nos sacaban todo y lo tiraban allá. Ahí vi por primera vez a un soldado inglés de cerca. Los tipos estaban recontra equipados. Daban envidia…”.

No sé cuanto tiempo llevo sólo escuchándolo y mirándolo sin amagar siquiera a decir palabra, pero la tarde comienza a caer. “De ahí nos subieron al Gamberra, éramos mas de cuatro mil ahí y no se cuánto tardamos en llegar y desembarcar. Eran horas infinitas, pero nos trataron bien y nos dieron algo de comer. Después lo que ya te conté, los milicos nos movían de noche, escondidos para que no se note cómo estábamos y todo lo demás”.

Nos despedimos y por primera vez me mira a los ojos y parece que afloja el gesto.

“Sabés? Cuando era chico me gustaba escaparme los días de lluvia en invierno, eso me hacía feliz. ¡Mi vieja, puteaba! Porque después me daba fiebre, gripe… me escapaba a caminar debajo de la lluvia y eso me daba mucha risa, el frio, mojarme, no sé, me daba risa y me gustaba. Nunca más pude”.

Fuente: Por Fabián Restivo - Página 12