Libro: Fray Juan Alberto Cortes, Vida Popular de Fray Mamerto Esquiú

La vida religiosa

El 19 de mayo de 1836 moría su piadosa madre, siete días después de haber sufrido un accidente a causa de la caída de un caballo que la transportaba junto con su hijita Josefa de apenas tres meses, cuando se dirigía desde la ciudad a Piedra Blanca.
A los pocos días de este penoso suceso, Mamerto que a la sazón tenía 10 años ingresa al Convento Franciscano de Catamarca en calidad de postulante (30/5/36). No es este hecho fortuito, pues sus padres habían cultivado en el desde pequeñito el amor por San Francisco. Aunque es preciso reconocer que la desaparición apresuro las decisiones al respecto.
¡Grande ha de haber sido el dolor del niño ante la muerte de su querida madre y la separación de los suyos! Pero no mello su espíritu. Su hermano Odorico nos relata lo que sigue: “El niño a esa edad debía participar de una manera especial de la pena que sentía mi padre, porque al poco tiempo de haber entrado al Convento, le escribió una carta de consuelo, de amor y gratitud, que le sirvió eficazmente de bálsamo en sus tribulaciones”.
En sus dos primeros años de vida conventual se dedicó a completar sus estudios iniciados con anteridad y a la inusual edad de doce años comenzó con el aprendizaje filosófico bajo la guía del joven santiagueño Fray José Jenuario Wenceslao Achával, quien más tarde fue obispo de San Juan de Cuyo.
El espíritu inquieto de Fray Mamerto lo llevo también al estudio de la historia, las ciencias naturales, las matemáticas, etc; deseoso de adentrarse en el Misterio de la Vida, Del cual fue siempre un servidor amantísimo.
La dulce y tierna disciplina del hogar había hecho de él un joven predispuesto al cumplimiento de la voluntad de sus mayores, pero no exento de la “despreocupación” propia de la edad, sazonada con atisbos de viveza y picardía criolla. Su hermano Odorico nos refiere a la siguiente anécdota de su vida de estudiante; que nos da la pauta de su condición y de su inteligencia: “Estando en el curso de filosofía, creo que de once a doce años de edad, se entretuvo una vez con otro condiscípulo, si haber estudiado su lección ninguno de los dos. Informado de esto privadamente el Lector,
Se propuso sorprenderlos en el momento de entrar en la clase: pidió su lección al compañero, y mientras este dio sus excusas y sufrió la reconvención, Mamerto repasaba la suya, y cuando llego el turno la dio muy cumplida. Así se lo refirió el mismo Lector a mi padre que esperaba en el claustro, esperando que su hijo saliera de clase para visitarlo”.
Entre el año 1841-1843, y bajo la dirección de su antiguo maestro y del cordobés Fray León Pajon de la Zarza hizo el correspondiente curso de teología, emitiendo el 14 de 1842 sus votos solemnes que lo comprometían de manera definitiva con el ideal querido.
Sus relevantes dotes morales e intelectuales no pasaron inadvertidas para sus hermanos de hábito, los que decidieron que comenzara a ejercer la docencia en la escuela de San Francisco, anexa al Convento. Tenía solo 17 años. Al poco tiempo lo designaron también director de la misma.
Su ternura y humildad, uno de los más bellos dones de Fray Mamerto, bien pronto se puso de manifiesto en su práctica docente al reemplazar viejos métodos pedagógicos basados casi únicamente por el rigor por otros que buscaban llegar al corazón y al entendimiento, suplantando el azote por la comprensión.
Doña María Nieves Y don Santiago, tenían mucho que ver con esto… Pero ninguno de los dos, por desgracia, podrían a contemplar la soberanía y grandeza de su hijo en su despliegue total en el cielo de la Patria y de la Iglesia. El 3 de febrero de 1845 expiraba don Santiago, dejando en orfandad y dolor a sus hijos.
A despecho del dolor, las virtudes y condiciones de Fray Mamerto se iban mostrando cada vez con más fuerza y luminosidad.
Ese mismo año 1845 y a de sus Superiores, teniendo solo 19 años, presento oposición a la catedra de filosofía, obteniendo la más alta distinción.
Desde ese año dicto filosofía, dejando de lado textos antiguos por otros más modernos. Al tiempo dicto también teología, pero ya rodeado de un creciente respeto.
Interrumpiendo la docencia marcho en julio de 1848 rumbo a San Juan para recibir la ordenación sacerdotal.
Cinco años habían transcurrido desde la finalización de sus estudios y aun no se había ordenado a causa de no poseer la edad canónica requerida.
El 18 de octubre de ese año, obtenida la dispensa y no teniendo 23 años, recibió de Mons. Quiroga Sarmiento, obispo de San Juan, la ordenación ministerial, regresando poco después a Catamarca y celebrando su primera misa el 15 de mayo de 1849.
Reincorporado a la docencia, después de su estadía en San Juan, alterno su tarea educativa con la del ministerio pastoral que le había sido confiado hace poco: el confesionario, la dirección espiritual, los enfermos, la predicación en diversos lugares, misiones, etc.
En 1850 su fama de hombre sabio, impulso al Gobernador de la provincia a nombrarlo profesor de la Catedra de Filosofía del Colegio Seminario, cargo que ocupó hasta 1855, pasando después a dictar teología en el mismo colegio.
Introdujo numerosas reformas beneficiosas en el establecimiento, redactando el reglamento interno del mismo, prohibiendo el estudio con el solo auxilio de la memoria y poniendo como materias obligatorias el estudio de la gramática castellana, ética, y geografía. El resultado de las iniciativas, unido a la calidad docente de Fray Mamerto, entusiasmaron a los jóvenes de tal modo que estos se quedaban al lado de su maestro más allá de la hora del recreo en cada una de sus clases.
Una vez más esto prueba que dentro del amor, todo, fuera del amor, nada.
De él dijo el Dr. Castro, fundador de dicho Colegio: “Enseñaba como el mejor de nuestros pedagogos y a mi modo de ver, la reforma de la instrucción, siendo el conventual y teniendo que luchar con añejas preocupaciones y hábitos encarnados en sus mismos superiores, ha sido uno de los más importantes y transcendentales de cuantos servicios ha hecho a Catamarca”.
Pero con todo, nuestro querido fraile aun reserva dentro de si sus facetas más apasionantes, aquellas que lo convertirían con el tiempo en uno de los más encumbrados ejemplos de un nuevo, y viejo a la vez, estilo de vida santa y patriótica, que aún no hemos alcanzado del todo.