Domingo Faustino Sarmiento: el hombre, el político, el escritor, el viajero

Nació el 14 de febrero de 1811 en San Juan, aunque fue anotado al día siguiente: de allí que quedara establecido el 15 como fecha oficial. En esta nota, a 210 años del nacimiento del prócer argentino, compartimos algunos momentos clave de su multifacética obra y legado, que lo llevaron a ocupar la presidencia, entre 1868 y 1874, y un lugar más que destacado en la literatura nacional.

Hombre

Faustino Valentín Sarmiento, conocido como Domingo Faustino, nombre que asumió en homenaje al santo de familia, nació en San Juan, capital de la provincia cuyana argentina, el 15 de febrero de 1811. Hijo de José Clemente Quiroga Sarmiento, arriero de mulas y peón ocasional, fervoroso soldado de la Independencia, y de Paula Albarracín, mujer fuerte y emprendedora que, en ausencia del padre, se imponía en el hogar.
Entre 1815 y 1821, Domingo cursó estudios en la Escuela de la Patria de su ciudad natal. En 1823, luego de tratar vanamente de ingresar al Colegio de Ciencias Morales en Buenos Aires, trabajó como asistente del ingeniero Víctor Barreau, en la Oficina de Topografía de San Juan. Su tío, el presbítero José de Oro -a cargo de los estudios de Domingo- fue desterrado en 1825, por exhibirse contra las reformas eclesiásticas. Se trasladaron juntos a San Luis, donde Sarmiento fundó su primera escuelita, siendo maestro y discípulo al mismo tiempo. De regreso a la ciudad, fue dependiente de la tienda de un familiar y, ya desde entonces, el joven Sarmiento leía cuanto libro podía obtener.

La victoria federal en 1831 y el triunfo posterior de Facundo Quiroga al reconquistar las provincias andinas, provocaron el primer destierro de Sarmiento que emigró a Chile, donde permaneció hasta 1836 realizando distintas actividades para subsistir. Estudió por su cuenta inglés, francés, alemán, leyó sobre historia y derecho. Trabajó como profesor en una escuela de la provincia de Los Andes, donde mantuvo con la alumna María Jesús del Canto, una relación amorosa de la que nació su única hija Ana Faustina, quien lo acompañó durante toda su vida. En 1836, mientras se desempeñaba como minero, contrajo fiebre tifoidea y, a pedido de su familia, el entonces gobernador, Nazario Benavídez, le permitió volver a su ciudad natal.

Allí fundó el Colegio de Pensionistas de Santa Rosa, instituto secundario para señoritas. Se inició en el periodismo con la creación del periódico El Zonda. Creó y dirigió en 1842 la Escuela Normal de Preceptores, primera institución latinoamericana especializada en preparar maestros.

Su labor como pedagogo fue reconocida por la Universidad de Chile que lo nombró miembro fundador de la Facultad de Filosofía y Humanidades; y en 1845, el presidente Manuel Montt Torres le encomendó la tarea de estudiar los sistemas educativos de Europa y Estados Unidos, hacia donde viajó.

En 1848 se casó con Benita Martínez Pastoriza, viuda de su amigo Domingo Castro y Calvo, y adoptó al hijo de éstos, Domingo Fidel (Dominguito), quien al estallar la guerra contra Paraguay y pese a la oposición de su madre, se alistó en el ejército argentino donde obtuvo el grado de capitán. Dominguito murió a los 21 años de edad, en 1866. Sarmiento escribió la biografía de su apreciado hijo adoptivo (Vida de Dominguito). La prematura muerte del joven lo entristeció hasta su propia muerte acaecida en Paraguay el 11 de septiembre de 1888, a los 77 años de edad. Sus restos regresaron a Buenos Aires y fueron sepultados en el Cementerio de la Recoleta.
Funcionario

Sarmiento tuvo a lo largo de su vida una activa participación política. Luego de rechazar dos cargos como diputado en Buenos Aires, inició su carrera política como concejal en esa ciudad en 1855. Nombrado Jefe del Departamento de Escuelas, habilitó nuevos edificios de enseñanza y redactó la importante publicación pedagógica Anales de la Educación Común.

Desde el periódico El Nacional esbozó iniciativas que daban cuenta de su imagen política, propuso el cercamiento de las estancias, la ocupación y distribución de las tierras públicas; la regulación de las aduanas, ferrocarriles e inmigración. Desarrolló propuestas para todos los problemas que se presentaban a la naciente vida institucional argentina.

En 1857, como senador, propició el voto secreto y medidas de salubridad y circulación comercial. Continuó sus críticas al régimen de tierras de Buenos Aires, al “latifundio que no deja lugar al hombre, que ha nacido en la estancia de cuarenta leguas, que no tiene andando el día a caballo dónde reclinar su cabeza, que está sometido a las vacas, dueñas y señoras de la pampa”. [Susana Zanetti y Margarita Pontieri, en: “El ensayo: Domingo F. Sarmiento”, Historia de la literatura argentina, desde la Colonia hasta el Romanticismo, CEAL, Bs. As., 1967; tomo 1, pág. 379]

En 1862, al llegar a San Juan como teniente coronel, enviado por el presidente Bartolomé Mitre para sofocar un levantamiento de caudillos, sus coprovincianos le ofrecieron el gobierno. Luego de la muerte del general Ángel “Chacho” Peñaloza (1863), Sarmiento decretó el estado de sitio sin solicitarlo al gobierno nacional, por lo que fue desaprobado y renunció a la gobernación en 1864.

El presidente Mitre le encomendó la misión de ministro plenipotenciario en Estados Unidos. Allí residió tres años, en los que se vinculó con políticos, educadores, filántropos; fue invitado a dar conferencias en Nueva York y nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Michigan.

En 1868 triunfó su candidatura a la presidencia con la fórmula Sarmiento–Alsina. Su gobierno encaró múltiples conflictos: guerra con Paraguay (terminada en 1870), epidemias de cólera y fiebre amarilla, levantamientos militares como el de López Jordán y asesinatos políticos como el de Urquiza, expediciones militares contra los indios, el pronunciamiento de Mitre y hasta un atentado contra su vida.

Luego, como Senador de la Nación (hasta 1875) y Director General de Escuelas de la provincia de Buenos Aires (1881), se ocupó de la inmigración y la enseñanza laica. Defendió la educación de la mujer a la par del hombre, y mantuvo amistad con Juana Manso, a quien consideró la única persona en América Latina que había interpretado su plan de educación.
Escritor
Sarmiento fundó la Sociedad Literaria en 1838, filial sanjuanina de la porteña Asociación de Mayo de 1810, de la que participaban Esteban Echeverría, José María Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi y otros hombres de la Generación de 1837. La sede del grupo artístico era utilizada como centro de reunión de los opositores a Juan Manuel de Rosas, por entonces gobernador de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores de Argentina.

Creó el periódico El Zonda (1839), desde el que dirigió críticas al rosismo. Por sus ataques al gobierno federal, en 1840 tuvo que exiliarse en Chile. Allí fundó el periódico El Progreso y escribió para El Mercurio, El Heraldo Nacional y El Nacional.

Compuso un Método de lectura gradual (1845) que el gobierno chileno adoptó para enseñar a leer en escuelas públicas.

En Polémicas (1842) sobre la lengua, la ortografía, el romanticismo que sostuvo con Andrés Bello y con la Revista Católica, se palpa su entusiasmo por el desarrollo de discusiones y controversias filosóficas, políticas, educativas, a las que consideraba de un gran enriquecimiento intelectual. En su obra Conflictos y armonías de las razas en América (1883) suavizó prejuicios raciales contra el indígena que había expresado anteriormente.

En Recuerdos de provincia (1850) Sarmiento narró su infancia, “sin espacio para la melancolía, la nostalgia o el ensueño propios del romanticismo más subjetivo. (…) edifica su imagen, tan sin tapujos, sin pudor casi, sabiendo que se lo percibe arrogante e irónico”. [Susana Zanetti y Margarita Pontieri en “El ensayo: Domingo F. Sarmiento”, Historia de la literatura argentina, desde la Colonia hasta el Romanticismo, CEAL, Bs. As., 1967; tomo 1, pág. 405]

Durante 1845, el periódico El Progreso, de Chile, publicó el folletín que luego se editó completo bajo el título: Civilización i barbarie, Vida de Juan Facundo Quiroga, aspecto físico, costumbres i ábitos de la República Argentina. La obra relata la lucha que libró la civilización de las ciudades, contra la barbarie de la campaña, entendido en términos del propio Sarmiento. El autor identifica la historia con la biografía: en el destino del caudillo riojano, Sarmiento simboliza la campaña bárbara. Luego de describir tremendamente a Quiroga y a Rosas, propone un programa de gobierno que ubicaría al país en el camino del progreso.

No existe prácticamente texto de Sarmiento que no surja como respuesta ante una situación, para rebatir una idea o lanzarla: “Soldado, con la pluma o la espada, combato para escribir, que escribir es pensar…”, dijo en su obra Campaña en el Ejército Grande aliado Sud América (1852). [Sarmiento, Domingo F.: Campaña en el Ejército Grande, México, Fondo de Cultura Económica, 1958.]
Viajero

Sarmiento fue un viajero: en algunas oportunidades llevado por misiones diplomáticas o culturales; en otras, por los exilios que, más que viajes, constituyeron diversos y sucesivos lugares de residencia.

Hacia 1845 Sarmiento partió desde Valparaíso (Chile) en misión oficial para estudiar métodos de educación en Europa y Estados Unidos. Regresó tres años después de haber visitado personalidades como George Sand, Honoré de Balzac y a su compatriota José de San Martín, quien vivía exiliado por propia voluntad, en su residencia de Grand Bourg.

Una vez finalizado su viaje por el mundo, en 1848 se casó con Benita Martínez Pastoriza, viuda de su amigo Domingo Castro y Calvo, y adoptó al hijo de éstos, Domingo Fidel (“Dominguito”) y se instaló con ellos en Yungay. Durante más de un año se dedicó de lleno a escribir; fruto de ello es su obre Viajes en Europa, África y América, (volumen 1, 1849 y volumen 2, 1851): en cuyo prólogo escribió: “Los viajes son el complemento de la educación de los hombres, y si el contacto con personajes eminentes eleva el espíritu y perfecciona las ideas, puedo vanagloriarme de haber sido muy feliz en mi excursión, pues he podido acercarme, no sin haber sido favorablemente introducido, a los hombres más eminentes de la época”.
Sarmiento era un observador, trataba de identificar paisajes, costumbres, modos de organización.

Durante su viaje a los Estados Unidos, lo fascinaron las transformaciones geográficas, la extensión de las comunicaciones, los ferrocarriles, la colonización hacia el oeste. Relacionó esos cambios con los aspectos materiales necesarios para la conformación de una república democrática e igualitaria. Ese viaje, sin duda, contribuyó a forjar su proyecto político para la naciente Argentina.
Domingo Faustino Sarmiento fue un autodidacta. Así lo vieron sus contemporáneos, para la caricatura (como el dibujante Stein, en el periódico El Mosquito) o para la admiración y el comienzo de un mito según los escritos de Leopoldo Lugones, y hasta la actualidad Ezequiel Martínez Estrada y David Viñas, quien sostuvo: “…sus palabras se abren paso, avanzan sobre nosotros desgarrando la zona de lo vedado y su viaje inaugura una real comunicación en tanto supone un cuerpo a cuerpo y un esfuerzo por reconquistarse a través de una versión de Europa que no se corresponda con las visiones elaboradas. Por eso, si nos atenemos a esa tensión y a su creciente impudor, Sarmiento es el primer escritor moderno de nuestra literatura”. [David Viñas: Literatura argentina y realidad política”, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1964]